jueves, 28 de febrero de 2008

Hoy...



Hoy, cuando venía hacia el trabajo, rezaba como cada mañana.

Oraciones sencillas, las que se aprenden de niño y nunca se olvidan y al acabarlas pido a Dios protección para mi familia,
mis amigos, para mi mismo que soy quien más lo necesita...


Y, por supuesto, hubo un apartado para ti.


Pedí para que los problemas no te agobien.
Para que las preocupaciones no te oculten las satisfacciones.
Para que el malhumor no empañe todo lo bueno que tienes y puedes ofrecer.
Para que nada te oculte el cariño de los que te rodean.
Para que seas feliz...


Pero no hay que encomendarse al cielo y fiarse de que todo saldrá bien por ello.
Nosotros somos los protagonistas, directores y guionistas de la película de nuestra vida.
Pensemos en positivo y veamos los problemas como escenas difíciles pero que podemos superar.
No utilicemos dobles, no maldigamos a los focos, el decorado y los actores secundarios.
Simplemente actuemos con naturalidad, entregando todo nuestro genio y profesionalidad. Disculpemos los errores ajenos para que disculpen nuestros fallos y si hay tomas falsas, ¡A rodar de nuevo!.


Todo tiene solución menos el adiós definitivo.
Y que cuando caiga el telón, aunque no consigamos un "Goya", que la crítica sea compasiva y se nos recuerde, sino como genios, si como buenas personas.


Hoy rezaba como cada mañana y pensé que, más que yo, esta vez eras tú quien lo necesitaba.


Confío, siempre he confiado, en el poder de la oración, en el aura de bondad que, con más o menos intensidad, emana de cada persona.
Pero por si se apaga, que hay muchas cosas que se empeñan en aplacarla, vayan mis deseos para reavivarla.

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miércoles, 20 de febrero de 2008

Estanterías


A lo largo de los años vamos acumulando un sinfín de objetos: Fotografías, libros, papeles, revistas, juegos… Los clasificamos en cajas, álbumes o estanterías y nos resistimos a desprendernos de ellos.

Curiosamente, por poco sitio que tengamos, siempre encontramos un rincón para guardarlos y ejercen un extraño poder que nos impide deshacernos de ellos.
Cuántas veces rescatamos algunos del mismo cubo de la basura al que, alguna mano inmisericorde, había arrojado y esos los ocultamos aún más, para que no vuelvan a correr el mismo destino.

De vez en cuando, buscando otra cosa, nos salen al encuentro reclamando su derecho a evadirse del olvido y hurgar en nuestra memoria.

Y, por ponerles nombre, los llamamos recuerdos.

De la infancia, de los viajes, de eventos que apenas intuíamos que habían ocurrido. Y nos invaden sensaciones, a veces tristes otras emolientes como un bálsamo, pero todas con la típica nostalgia de tiempos pasados. No porque fuesen mejores, solo porque ya pasaron y nos convencemos, al volverlos a tener entre las manos, que por mucho que nos depare el futuro, no volverán a ser iguales.

Nuestra mente es un desván lleno de estanterías dónde se acumulan, sin orden ni concierto, sin fecha ni orden alfabético, todas las secuencias de nuestra vida y de las que pasan por nuestro lado. Con diferentes soportes, con desiguales formatos y que la pátina que les confiere el tiempo, no siempre es fiel a lo sucedido. Y creemos que, como fuimos los protagonistas, podemos modelar el recuerdo a nuestro antojo.

Pero siempre resurgen esos objetos, esas fotografías, esos documentos, para reconducir la historia y, desde sus cajas apiladas en las estanterías, refrescarnos la memoria y hacer justicia.

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miércoles, 13 de febrero de 2008

No hace falta...

Las imágenes y estatuas
que llenan las catedrales.
Las alfombras en mezquitas,
sus lámparas circulares.
Las cúpulas bizantinas,
sus iconos y mosaicos.
Baldaquines y reliquias,
mármoles, frisos dorados…

Olor de flores e incienso,
de velas y humanidad.
Leves ruidos o silencio,
en penumbra o claridad.

Entre cantos y plegarias,
múltiples lenguas y credos
en similar esperanza:
Gente pidiendo en sus rezos
que se separen las aguas,
para ir a la otra orilla
sin los pies mojarse apenas.

Prenden la lamparilla
y a cambio de una moneda
esperan la maravilla,
sin añadir una piedra
a esa labor divina,
puesto que la consideran
heredad legítima.

Para Dios lo que es de Dios,
para césar lo del césar.
Pero en medio de los dos
están todos los que esperan,
sin olvidar su labor
de ir amontonando piedras.
Sin escatimar dolor,
para alcanzar esa meta,
que tiene mejor sabor
porqué es justa recompensa
a su trabajo y tesón.

Ni mezquitas ni catedrales,
ni mosaicos ni vitrales.
Todo es vacuo y no hace falta,
pues mantener la esperanza
no es cuestión de recintos
sino de nosotros mismos.

No hay mayor ni mejor templo
que el que tenemos dentro.
Ni más hermosa limosna
que entregarse a otra persona
sin pedir a cambio nada.
Con su felicidad basta.

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