martes, 2 de diciembre de 2008

El sueño suicida



El cuerpo quedó desmadejado en el suelo y la mancha de sangre, que se extendía rápidamente, teñía las baldosas de un espeso rojo oscuro mientras el color desaparecía de su cara a medida que se ralentizaba su aliento.

El arma caída junto a su mano y aún caliente, el olor a pólvora suspendido en el aire de la habitación, al igual que el eco del sonido atronador del disparo, era todo lo que podía percibir.

Se sorprendió de que apenas notase dolor. Era una de las cosas que más había temido mientras maduraba esta decisión. Solo notaba frío, pero sabía que serían solo unos instantes más.

No había dejado ninguna nota. De hecho había escrito, al menos, diez borradores para explicarse y exculpar a cualquiera de aquel acto, aunque la misiva siempre devenía en hacer responsables de su desgracia a los demás y le postulaba como mártir. Palabras de consuelo a sus deudos que, sin dudarlo, les habrían hecho sentir más culpables que aliviados; así que pensó que mejor sería que cada cual sacase sus conclusiones. Total él ya no estaría para oírlas.

Decían, los que habían pasado por un trance similar y habían sobrevivido, que su vida pasaba como un flash en esos postreros momentos, pero él solo pensaba en lo que le esperaba a partir de ahora.

Cuando se autoconvenció de que ya no podía hacer nada más para salir del lodazal en que se había convertido su vida, que era un fracaso como marido y padre, que la ruina se apoderaba, no solo de sus propiedades, sino de toda su existencia, la cuestión quedó completamente diáfana.
Sin embargo era consciente de que, aunque se necesitase cierto valor para hacerlo, cometía una cobardía; que había cogido el atajo más sencillo y mezquino, que solo había pensado en su liberación.

Estaba tan cansado. Tan, tan cansado…

Procuró, lo mejor que pudo, dejar atados los cabos y resolver tantos asuntos como le fue posible para no perjudicar más a su familia.

Creyente como era, se cuestionó el más allá.
Nadie, que él supiese, había regresado para explicar si lo que dicen las religiones es cierto.
Si hay otra vida espiritual, otra vida dónde se haga justicia y se premie la moral y la honradez, la bondad y la rectitud; él tenía algunos puntos, no todos, a su favor y con quitarse la vida tampoco mejoraba el saldo, así que eso le inquietaba.
Pero si no había nada, solo el descanso de un sueño perpetuo y sin sueños, el fin definitivo, el acabose, ¡que delicia!

En la balanza de los pros y los contras pesó más que la razón la flaqueza y prefirió que, en todo caso, le juzgase un Ente superior y no los de su misma clase. Esos que hasta ahora lo habían hecho, esos que creían conocerle más y mejor que él mismo.

Y allí continuaba. Sin relámpago que le recordara la película de sus días, con el rumor del disparo ya desaparecido, el frío aumentando y el dolor, que al principio era imperceptible, mordiendo y ganando terreno en su pecho.
Trató de moverse y pudo.
¿Qué diablos pasaba? No era eso lo que había previsto.
Tanto prepararse para defender sus culpas y reclamar un pedacito de cielo, aunque fuese diminuto. Tanto mentalizarse a que, si el más allá era tan inexistente como la felicidad completa en el más aquí, y ahora no pasaba absolutamente nada.

De repente el sueño, el descanso perseguido, el cálido final deseado se convirtió en un griterío lleno de lamentos y sollozos, portazos, llamadas, timbres, rezos y sirenas.

Y en la semiinconsciencia en que se sumió, que fue lo más cerca que llegó a estar de ese final proyectado, oyó una voz desconocida que con inusual calidez, pero con firmeza le instaba y proponía:
No te derrumbes, aguanta. La bala no ha afectado a ningún órgano importante. Te repondrás. Ya llegamos al hospital. Piensa en tu familia…

Se sintió como cuando niño le cantaban y arropaban hasta que se dormía.

Se durmió y soñó que soñaba una pesadilla.
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