martes, 22 de enero de 2008

Dama




Como duele el silencio de la casa
al faltar tus ladridos, tus pisadas,
tu saludo alegre cuando llegaba,
tu peso sobre mis pies en la cama.

Como duele el vacío de tu amistad,
de tu incondicional fidelidad.

Cuanto extrañan mis manos tu cabeza
buscando mis caricias y tu lengua
que, para darme las gracias, lamías.
Ahora están más secas que nunca y frías.

Tu última mirada, tu último aliento
fueron con tu hociquillo entre mis dedos
y aún los llevo clavados en el pecho.

Quiere mi corazón y mi cerebro
que, desde tu rinconcito del cielo,
puedas continuar vigilándonos
y esa altura te oculte nuestro llanto.
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martes, 15 de enero de 2008

la casa


Nadie había sabido decirme los años que llevaba deshabitada, tan solo me dieron la llave y todo el tiempo que necesitase para visitarla.
Tardé unos segundos en que mis ojos se acostumbrasen a la penumbra interior, ya que apenas una leve claridad se colaba por las persianas.
Olía ligeramente a viejo, a cerrado. De todas formas, aquella casa, estaba muy bien cuidada. Una leve capa de polvo, casi imperceptible, se había posado sobre la superficie de los muebles. Unos muebles recios de sobrio estilo castellano. El suelo era de baldosas rojas, un poco desiguales pero las capas de cera que se les había aplicado a través de los años, le conferían una cálida nobleza.
Me sentía a gusto, nada me extrañaba.

Deambulé por las estancias hasta llegar a una gran sala dónde las siluetas de sofás, butacas, sillas y lámparas, cubiertas con blancas sábanas, se me antojaron personas en una reunión de antiguos alumnos de una inexistente universidad de fantasmas.

En la pared había una enorme librería repleta de múltiples volúmenes, era una magnífica y bien surtida biblioteca.

Y allí, sobre una pequeña mesa junto a una de las butacas tapadas, lo descubrí. Era un pequeño ejemplar con una atractiva cubierta. Pasé mis dedos sobre ella y noté que, a diferencia del resto de enseres, sobre aquel objeto no se había acumulado ni una mota de polvo. Eso o que alguien con frecuencia lo usaba.
Me invadió la sensación de que aquel libro era algo íntimo, como un diario personal y que no tenía derecho a hojearlo, pero ¿cual es el objetivo de escribir un libro sino el de que otros puedan leerlo?
Empecé a pasar sus páginas.
En las primeras hojas había una frase impresa que rezaba:
“Para Antonia. Mi amor. Mi amiga. Mi compañera”.
Y bajo ella, manuscrita, una nueva dedicatoria: “Con qué otra frase puedo dedicarte el libro si tú eres el alma, si tú el latido de cada una de sus palabras”.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda, no por la belleza del texto sino por la letra. Aquella letra me resultaba intensamente familiar, estaba seguro de conocerla, de haberla visto anteriormente aunque no consiguiese acordarme ni donde ni cuando.

Continué leyendo.
Tal como había imaginado era un librito sin pretensiones y confidencial, escrito más para su autor que para sus posibles lectores. Lleno de poemas, de reflexiones, de pensamientos, de declaraciones...

Iba transcurriendo el tiempo y yo seguía enfrascado, casi embriagado por el sutil aroma de los versos.

Aquella casa era una burbuja atemporal, sin metrónomo. La caja de un reloj sin manecillas ni péndulo.

Como dice un acertado adagio: ¡Cuantas veces en palabras ajenas nos reconocemos!
Y así me reconocí en aquellos sentimientos, en aquellas expresiones e hice mío aquel libro, aquellos pensamientos.

Al acabar de leerlo cerré sus tapas, lo acerqué a mi pecho y, al levantar la mirada, vi que frente a mí -hasta ese momento desapercibido- en un marco ovalado, había un espejo.
Un espejo que reflejaba un pequeño libro. Nada ni nadie lo sostenía. Un pequeño libro que levitaba.

Al principio me sentí horrorizado, pero al poco y como si alguien me abriese el cráneo y a paladas embutiese un sinfín de recuerdos en mi cerebro, lo comprendí todo.
Caí en la cuenta de porqué reconocía aquella letra, de porqué me resultaba familiar la casa, de porqué me sentía tan identificado con esas palabras.
Y ya no me cupo ninguna duda de que, entre todos los objetos recubiertos con una sábana, yo era el único.

El único fantasma.

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http://www.lulu.com/content/1251451

pequeños poemas a grandes amores




Poemas y pensamientos personales a lo largo de 50 años de vida. Sueños, soledades, deseos, aficiones, amores... Todo relatado bajo un prisma particular e intimista